miércoles, 29 de septiembre de 2010

Sutilezas de la mordaza

mujeres
Foto: Claudio Fuentes Madan

La cola de la guagua del Coppelia es un lugar especial, una de esas esquinas tan elocuentes que si un día desapareciera La Habana no sería la misma. Ayer a las diez de la noche esperaba yo mi P4 mientras una mujer con su hija a mi lado comentaba lo “animada” que estaba la ciudad por la fiesta de los CDR. ¿Es un chiste señora?- le pregunté y me lanzó una mirada de asesina en serie.

A la orden del chofer –no cabía ni un alma más en el P4- me monté por la puerta de atrás. Un borracho detrás de mi empujaba para colarse, pero el vaivén de su estado más la botella de alcohol que sostenía a toda costa le impidieron mantener el equilibrio y se cayó. El chofer arrancó mientras el hombre aún hacía un esfuerzo por subirse y casi se mata en el intento.

La mujer del “ambiente festivo”, a mi lado, lanzó un grito y yo respondí -¡Con la borrachera esa no llegará ni a la esquina! Ella añadió –Tenía que ser negro, todos los negros son iguales- y empezó a disertar de tal manera sobre “los negros esos” que si Martin Luther King la oye se muere por segunda vez. Miré a mi alrededor avergonzada. Todos los cercanos eran blancos. Nadie abrió la boca y me di cuenta de que todos harían mutis por la defensa de los negros. Me puse histérica, después me arrepentí pero en ese momento tenía ganas de agarrarla por el cuello, sobre todo porque su perorata era escuchada tranquilamente por su pequeña hija ¡tremendo ejemplo!

Señora -le dije- si yo grito “¡Abajo Fidel!” usted saltará como la primera. ¿Se puede saber entonces por qué tengo que soportarla hablando como si fuera la presidenta del Ku Klux Klan? Y si grito “¡Abajo Esteban Lazo!” ¿Va a saltar igual o no es lo mismo?- Esa frase me salió bastante descompuesta. No dijo nada. La gente me miraba fijo y de pronto me sentí como si hubiese salido de una tumba del cementerio de Colón, con gusanos y media calavera afuera.

Supe que no me calmaría. Esa no debería ser la actitud ante el diálogo pero a veces el dialogo simplemente escapa a mi capacidad de tolerancia. En la parada de 23 y A me bajé y caminé el kilómetro que me faltaba hasta mi casa, iba hablando sola.

sábado, 25 de septiembre de 2010

El Dorado y la Izquierda del XXI

retrato
Foto: Leandro Feal, de la serie “Tratando de vivir con swing”

Mi única certeza es que comunista no soy, lo demás no me queda muy claro. Me cuesta definirme políticamente. Puede ser consecuencia de haber nacido en un sistema diferente al del resto del mundo -fuera de los márgenes de las derechas y de las izquierdas de por ahí- basado en el método de un solo hombre, sobre todo en sus caprichos. Me encanta escuchar a las personas cuando me explican sus posiciones políticas (incluidas las ortodoxas por supuesto), me decepciona no sentirme atraída por ninguna. Más allá de los derechos y libertades del ser humano, no hay otra causa con la que me sienta comprometida.

Pero uno lee, se informa y se esfuerza por entender el mundo, sobre todo a las ideologías que lo mueven. En vez de montarme en un avión, las cuatrocientas páginas de un libro destruido por tantos lectores o un documental en una flash me cuentan la historia de la humanidad más allá del mar. En general he decidido establecer márgenes de comparación mínimos para no volverme loca. Resulta poco útil, desde mi punto de vista, tratar de comparar una democracia con un capitalismo de estado, o una dictadura con un país en vías de desarrollo. Puedo confrontar Estados Unidos con Europa, México con Argentina, Chile o Haití; Cuba con los antiguos países de la Unión Soviética, con Irán, con el Chile de Pinochet, la España de Franco e incluso con Corea del Norte. Cualquier otra comparación, Cuba versus Uruguay, por ejemplo, queda marcada por un antagonismo primario: Sociedad totalitaria vs Estado de derecho.

Por eso cuando un sindicalista europeo me trata de convencer de “los logros de la revolución cubana”, me entran ganas de llorar. Lo primero es tratar de hacerle razonar que en Cuba no hay sindicatos, al menos no eso históricamente conocido como sindicato de trabajadores, cuya función es hacer valer los derechos del trabajador ante el patrón, la empresa o el estado. Sería saludable ir a la raíz del concepto, respetar el significado de los sustantivos para no caer en ambigüedades, como dice mi amigo Reinaldo Escobar “Al pan, pan y a la dictadura, dictadura”.

En ese punto los senderos de esa izquierda, por desgracia, tienden a confundirme bastante. Así me encuentro con personas que condenan todas las dictaduras del universo pero hacen salvedad con mi pequeño país y se insultan cuando escuchan hablar de Franco con respeto mientras veneran a Fidel Castro. Otras odian la prensa occidental por sensacionalista pero no critican la directriz de partido único de nuestros periódicos. Hay quienes aseguran que la política de Estados Unidos es intervencionista y hegemónica pero fueron soldados en Nicaragua, Angola y Etiopía. Están, incluso, los que protestan en las calles de Nueva York contra la guerra en Irak con un cartel de Ernesto Guevara de un metro por un metro. Personas, en fin, que le llaman al gobierno de mi país “Revolución”.

No quisiera hacer cable a tierra con una izquierda que, pese a ella, ha devenido filosóficamente cruel. Sin embargo cuando esos logros (educación y salud, supongo) están por encima de mis libertades y mis derechos, cuando alguien me exige agradecerle eternamente a una junta de militares en el poder desde hace medio siglo porque hay un médico de la familia que me hace la prueba citológica cada dos años de manera gratuita, y cuando por haber ido a la escuela sin pagar puedo ser condenada a veinte años por agrupar caracteres en una página, no encuentro nada más despiadado, nada más crudo como este “fin que justifica los medios”.

Entonces me embrollo, no sé cómo los que defienden los derechos de los sin-derechos, los pacifistas, los libertadores del pensamiento, los emancipados radicales del dinero, los ultra utópicos de un mundo social y benéfico, hablen de mi isla prescindiendo de vocablos como autocracia, militarización, socialismo de estado, prensa reaccionaria, monopolio de estado o, simplemente, dictadura. Podrían prescindir del último término si les suena muy fuerte, pero reemplazarlo por “revolución” es una hipérbole demasiado violenta.

jueves, 23 de septiembre de 2010

lunes, 20 de septiembre de 2010

Despidos y privatización

Trabajar para el estado es un suplicio: el salario no alcanza para nada, la productividad es nula, la contabilidad caótica y para colmo hay que soportar las abúlicas reuniones de un sindicato que representa a cualquiera menos al trabajador. Sin embargo, hay quienes han asumido todas estas condiciones con estoicismo y han aguantado años y años de estatismo en sus puestos de trabajo. No es masoquismo lo que los clava al el enjambre de la burocracia estatal, sino la poca fe en que una inversión privada les durará lo bastante como para llegar a viejos.

No es la primera vez que el gobierno decide –con la soga al cuello- permitir la iniciativa ciudadana para sostener la economía nacional. Ya vimos en los años noventa el surgimiento de los paladares, las casas de alquiler, los boteros, los puestecitos de comida y los de útiles del hogar. Hoy no queda casi nada de aquella explosión de trabajadores por cuenta propia. Ese es el problema ¿por cuánto tiempo se podrá mantener un negocio?

Montar un paladar, alquilar una habitación o vender pizzas no es una inversión a corto plazo. La gente quiere ver el fruto de su esfuerzo pero la probabilidad de que un día un burócrata tocará a la puerta para llevarse todos los permisos ha sido cíclica en la historia de la revolución. Tengo una amiga que tuvo una paladar bastante popular durante dos años, una tarde llegó un inspector y se llevó los papeles para “verificarlos”. Aún hoy espera que se los devuelvan. No pudo volver abrir la puerta de su restaurante. No recibió explicación alguna. No cometió ningún delito.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Otra escuela


Foto: Leandro Feal

Ha cambiado a su hijo tres veces de escuela. Entre los maestros emergentes, quienes aseguran que las palabras sobreesdrújulas no existen y la propaganda política, ya no aguanta más. La última vez que puso al niño en un taller de teatro descubrió horrorizada que tenía el papel de Antonio Guerrero. El pequeño salió de la primera escuela con tres actas en el expediente: por pedir la goma prestada, por llorar de ganas de irse a la casa y, la más absurda, por no querer firmar las amonestaciones anteriores.

En la segunda primaria la directora dio la bienvenida a los nuevos estudiantes y padres con una simpática información “Esta escuela es de doble sección”. La pobre, pretendía indicar que había clases por la mañana y por la tarde. Luego, en la reunión de grupo, el guía base advirtió “No se preocupen cuando sean las cinco y los niños no hayan llegado, al que se porte mal lo dejamos castigado”.

No sé de qué forma humana los “líderes históricos” se las van a agenciar para a revertir todo el daño hecho en el sistema educacional. Un aumento del presupuesto destinado a la educación sería insuficiente ya que el mal va más allá de la economía, pagarles un salario decente a los maestros podría servir para algo si éstos tuvieran los conocimientos pedagógicos y académicos necesarios, sin embargo no es así. Formar un nuevo claustro de profesores a nivel nacional tomará, por lo menos, diez años. ¿Y mientras tanto qué aprenden nuestros niños?

viernes, 10 de septiembre de 2010

Los tiempos del modelo cubano

“El modelo cubano ya no funciona ni para nosotros.”

El modelo cubano no funcionaba para nosotros ni cuando se me ocurrió.
Cuando se cayó el bloque socialista el modelo no funcionó ni para nosotros.
Por mucho que reflexione, el modelo cubano ya no funcionará.
El modelo cubano no ha funcionado ni con Chávez.
Antes de mí, el modelo cubano había funcionado.
En cuanto hube creado el modelo cubano, fracasó.
El modelo cubano no habrá funcionado para nosotros ni cuando Raúl haya hecho los cambios.
Es posible que el modelo cubano no funcione ni para nosotros.
Que el modelo cubano no haya funcionado no afecta mis visitas al acuario.
Si el modelo cubano funcionara para nosotros, no lo habría creado yo.
Si el modelo cubano hubiera funcionado para nosotros yo me retractaría igual.
El modelo cubano nunca funcionaría.
El modelo cubano habría funcionado en otra dimensión.
El que hubiere publicado en el Granma que el modelo cubano no funciona, será fusilado.
¡Funciona, modelo cubano!

Imagen: El Guama

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Dibujo

domingo, 5 de septiembre de 2010

Veinte años

Foto: Penúltimos Días

He hecho un esfuerzo bastante grande por no escribir sobre Fidel Castro. Primero porque no soy capaz ya de decir nada serio sobre su persona (a veces me gustaría tomármelo menos a la ligera), segundo porque la lectura de sus reflexiones me hacen el mismo efecto que algunos fanzines de ciencia ficción (me gusta el género), y tercero, porque el Comandante en Jefe es hoy, a su pesar, un fantasma del pasado de la política cubana.

¡Pero no deja de hablar! Publica libros, predice el futuro de la especie humana, habla de sí mismo, mezcla a José Martí con Lenin, cambia el pasado, anula el mañana y patalea en el presente porque se le acaba el tiempo. Sigue apareciendo una y otra vez en escenas más parecidas a un teatro del absurdo que a la política desesperada de un sistema en ruinas. Ya sea en el acuario o en una sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional, las costuras del montaje son burdas pero la pieza se juega al precio del capricho. Rodeado siempre de guardaespaldas (les llamamos avatares por la apariencia física) el anciano no se cae pero resbala por los recovecos de su mente destruida por el poder. Después de tantos años disfrutando de una vida de mesías, es imposible para Fidel Castro hoy asumir que su muerte no cambiará el curso de la historia, que el año cero no se repetirá, que Cuba seguirá su camino y que su hermano hará o no hará algunos cambios cuando él ya no esté (antes de ser él mismo absorbido por el Cambio cuando se quede solo). Ha redactado su apocalíptico guión como antesala de la partida. No nos llevará con él porque no puede, pero hasta el último instante de su estancia en la tierra repartirá roles, cortará cabezas, vilipendiará a sus enemigos y anunciará -a través de cualquier alucinante teoría- el fin del mundo. Morirá, pero no sin antes intentar hacernos creer que toda la humanidad se irá al hueco con él.

Aislado de todo, la realidad se ha vuelto el espejo de un futuro donde su imagen no está incluida. Ya no le importa la historia y la guerra fría es un cadáver putrefacto que nunca más será reanimado. Su única opción es construirse un escenario donde él no sea la premonición de su propia enfermedad sino la enfermedad del resto de nosotros: la guerra nuclear como paliativo de la mortalidad de un simple ser humano. Al que se la crea bien, y al que no, el miedo o el oportunismo le hará el trabajo sucio. Cada uno de los actores de sus puestas en escena cumple cabalmente su libreto, desde pedirle a toda la plástica cubana que reproduzca a los cinco hasta solicitarle entre lágrimas un beso al Comandante.

Mientras en el gobierno se rompen la cabeza para evitar que la economía no colapse a corto plazo, los poderes se reacomodan y la corrupción se reajusta a la nueva cara del totalitarismo insular, en la Universidad de La Habana Fidel Castro busca su propia eternidad en la tierra que se lo va a tragar "… le ha correspondido a Cuba la dura tarea de advertir a la humanidad del peligro real que está confrontando, y en esta actividad no debemos desmayarnos". Sin embargo la tramoya de su acto se deshace en los rostros de esta audiencia veinteañera aburrida, que no se siente en deuda, que añora salir del país por cualquier puerta y cuyo recuerdo de una confrontación nuclear se reduce a una película llamada “Lisanka”. El compañero Fidel se enfrenta a un público al que le importa un pepino su mortalidad incomprendida y su augurio de hecatombe atómica, porque lo único insondable del estudiantado de la Universidad de La Habana son sus veinte años.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Paranoias urbanas

Imagen: Su carnet, ciudadano, por Erick Jorge Mota Pérez

De acuerdo a la ley universal de las líneas telefónicas cubanas, después del aguacerón del miércoles mi teléfono se murió. No line, fue la nota post-morten que quedó en la pantallita del auricular. El jueves reportamos varias veces la avería pues, según los expertos, mientras más informes se hagan de la misma rotura, más rápido vienen los de ETECSA.

Cancelé para el viernes todos mis planes y me dispuse a esperar la llegada del técnico. Pasaban las horas: leí, escribí, fregué, limpié, no hablé con nadie durante todo el día y tuve tiempo para especular. Llegué a la conclusión de que había un alto por ciento de probabilidades de que el técnico que me tocara tuviera también un puestecito en el DSE. A las seis de la tarde mi teoría era una certeza absoluta. Salí a la calle y llamé al servicio de usuarios para que me informaran, si no de la hora, por lo menos del día previsto para la reparación: Lo siento, aquí no tenemos esa información, puede ser cualquier día, entre las ocho de la mañana y las cuatro de la tarde.

Previendo que cualquier día podría extenderse hasta septiembre, traté de cubrir el mes de agosto en guardias de media mañana y media tarde con mis amigos. En caso de salida del hogar por asuntos de emergencia, habría que informar a mi madre para que a toda velocidad cubriera el puesto y no se quedara la casa vacía. La vida es así, sólo hay que dejar de esperar para que lo esperado llegue, y dejar de buscar para que lo perdido aparezca.

El tiempo de El Ciro y mío fue el más afectado, por supuesto. Le comenté mi teoría del técnico pluriempleado del DSE y me miró con esa cara que pone cuando se cree que estoy paranoica. Hay quienes piensan que en Cuba todos son de la Seguridad del Estado, pero El Ciro es único, para él nadie es de la Seguridad del Estado, incluso si se demuestra lo contrario.

Me equivoqué. El sábado a las ocho y media de la mañana llegó el hombre en cuestión. No nos dio tiempo a hacer apuestas sobre su origen seguroso. Tenía mucha cara de susto, el pobre. Entró y antes de decir buenos días preguntó:
—¿No tendrán un modem conectado?

La cajita de mi línea está en el cuarto, detrás de la cama. Estuvo trasteándola bajo mi mirada escrutiñadora. Me parece que no puso ningún micrófono, aunque nunca se sabe. Igual las cosas que hablo acostada en la cama son intrascendentales. Dijo que el problema no era en la cajita y que tenía que hacer un recorrido por todo el cablerío de la casa. Yo puse cara de no me lo creo cuando la voz de El Ciro llegó desde la sala:
—Ya está arreglado.

Salimos del cuarto. Me estaba entrado culpabilidad con el tipo. Al fin y al cabo me había arreglado el problema y mis elucubraciones, pensé, parecían tan fantásticas como las reflexiones del compañero Fidel.
—¿Quiere un café? —pregunté con ánimo de bajar la guardia.

No pude llegar a la cocina porque él decidió hacer una llamada. Posición anterior: ¡En guardia! Me ubiqué a tres centímetros con la evidente intención de escuchar lo que hablara. No entendí nada. Creo que utilizó una jerga y colgó rápido. Debo haber abierto mucho los ojos, estaba realmente sorprendida. ¿Cómo es posible que uno no entienda lo que se habla en español a menos de un metro de distancia y en ambiente sosegado? Con la satisfacción de haber comprobado que tenía razón, y la inquietud provocada por tener a un seguroso en la sala, me fui a poner la cafetera. En eso comenzó el diálogo:
—¿Viste la Mesa Redonda de ayer? —le soltó al Ciro.
—Nuestro televisor se ve muy mal.
—Un hombre habló sobre el colapso mundial de la economía.
Pero El Ciro no se dejó amedrentar:
—Bueno, según Karl Marx en el futuro no habrá dinero, ni líderes.
El tipo se desconcertó un poco. Yo le planté su tasa de café delante y no dije ni media palabra:
—Siempre habrá líderes.
—¿Ah sí? ¿Cómo se llama el presidente de Suecia, el de Dinamarca o el de Finlandia?

Eso fue lo último que capté. No tenía ganas de participar, además me daba mucha gracia. De pronto todo se había vuelto extremadamente hilarante. Se tomó el café rapidísimo y se fue. Las apuestas las hicimos después y aun siguen en pie: ¿seguroso o no-seguroso?