martes, 29 de junio de 2010

Agua fría y deuda eterna


Amelia tiene cerca de 50 años y vive sola, su esposo murió en Angola y desde entonces recibe una miseria de pensión a través de la Asociación de Combatientes. Como no trabaja para el Estado y, sin embargo, aún está en edad laboral, varias veces han tratado de retirarle los escasos 200 pesos que recibe en calidad de “ayuda económica”.

Desde que cambió su refrigerador, la vida se le ha complicado: tiene agua fría, pero una deuda con el Estado de 2000 pesos, una treintena de pagos mensuales más los recargos por atraso que no ha podido liquidar. Desde hace algunos meses recibe semanalmente a un “inspector” en su casa, que la informa de lo re-mal que va su caso. Todo empezó con una multa, que sobrepasaba su propia deuda impagable. Como no funcionó, vino el chantaje de quitarle el refrigerador y por último una amenaza de juicio.

Amelia sabe que no podrá reunir esa suma, y su inspector, devenido confidente a fuerza de verle la cara, le confesó que él tampoco había podido cumplir con su compromiso de pago.

En un extraño “Año de la Revolución Energética”, epíteto que se escribió debajo de la fecha en cada documento oficial y en las pizarras de las escuelas, Fidel Castro decidió renovar los equipos electrodomésticos de nuestras casas. La energía nunca llegó, pero nuestros bombillos, ventiladores y refrigeradores fueron cambiados al trueque por unos nuevos, compromiso de pago a plazos mediante.

Algunos años después, un por ciento bien alto de cubanos debe miles de pesos al Estado, reuniones del PCC exigen a los militantes a “velar por el cumplimiento de los compromisos en sus núcleos y en sus barrios” y de paso también “a saldar sus propias deudas para dar el ejemplo”. Pero, después de 50 años -se sea militante del Partido o no-, el común denominador del cubano medio es la insolvencia, y esta quiebra de la economía familiar es el resultado de la mala administración del gobierno, que ahora exige que paguemos lo que nunca hemos ganado.

sábado, 26 de junio de 2010

Los límites del cinismo

Foto: Claudio Fuentes Madan

Una de las características del ser racional es reconocer sus propios límites y aquellos otros -que por razones lógicas- deben acatarse para que la convivencia funcione lo más armónicamente posible. Sin embargo, algunos sectores de mi sociedad rompen a diario las fronteras del cinismo humano, y a la vanguardia de este movimiento se ubica, sin dudas, el periodismo oficial y su insigne Noticiero Nacional de Televisión.

Uno de los últimos cambios llevados a cabo por nuestro designado presidente fue una modificación en la ley de jubilación: de la noche a la mañana -sin gritos, sin algarabía, sin protestas y sin sindicatos ardientes exigiendo explicaciones- los cubanos fuimos advertidos que nuestro derecho al retiro se vería extendido de los 60 años a 65 para los hombres y de 55 a 60 para las mujeres. Así, sin más, la “masa obrera” del paraíso socialista tragó con amargura el buche amargo del abuso estatal y asumió sus cinco años extra de vida activa laboral.

Pero para algunos nunca es suficiente humillación, ayer en el NTV pasaron un pequeño reportaje sobre las “decenas de miles de manifestantes” franceses que salieron a las calles a protestar por la intención del gobierno de ese país de aplicar una ley parecida a la que hace sólo unos meses nos fue impuesta a nosotros.

La dulce voz de la reportera amenizaba los pantallazos de una calle parisina tomada por la huelga: “los obreros franceses protestan contra la pretensión del gobierno de aumentar la edad de retiro en dos años”.

¿Dónde quedan los lejanos horizontes del cinismo oficial? ¿Será un acto de sadismo Estado vs Pueblo o simplemente la indolencia de un poder que olvida endulzarle la píldora a sus sometidos? ¿Quiere el Comité Central del Partido demostrar su impunidad ante los trabajadores? ¿Podría considerarse una ironía de los muchachos de DOR, quienes tampoco quieren retirarse cinco años más tarde de lo planeado y nos dejan caer informaciones entre líneas para caldear los ánimos?

Desconozco cuál puede ser la hipótesis correcta, pero cualquiera que esta sea, no denota más que un sarcasmo cruel hacia nosotros: desde hace cincuenta años no protestamos por nuestros derechos laborales.

miércoles, 23 de junio de 2010

En el hospital

Marta está cansada de los hospitales. Tiene -como la mayoría de sus coterráneos- mala suerte con la salud pública. Uno de los pilares de la revolución en la que nació no deja de parecerle un edificio carcomido en estática milagrosa, un pilar de la destrucción.

Hace algunas semanas estuvo cuidando a un familiar en el Calixto García. Entre otras vicisitudes, los sueros que necesitaba su paciente fueron comprados en el mercado negro, la mayoría de las medicinas “resueltas” y el tratamiento supervisado por los propios familiares. A fuerza de averiguar aprendieron a recordarle a la enfermera la hora exacta de las curas, el nombre de cada pastilla y el tratamiento –llevado a cabo por ellos mismos- para evitar escaras.

Como rara vez había agua, trajeron cubos; como no había cómo calentarla para la hora del baño, compraron un calentador; como había demasiado calor en el cuarto, pidieron un ventilador prestado. Lo llevaron todo: el jabón, las sábanas, la comida, el sillón del acompañante, la crema, el alcohol, las vitaminas y el algodón.

El único problema que quedó sin resolver fue el asunto de la tupición del baño; pero que el inodoro tuviera siempre un agua verde-roja apestosa y que el sifón del lavamanos se botara irremediablemente, podían ser considerados menores teniendo en cuenta la capa de churre de todo el local, la destrucción de las ventanas y los cables flotantes del falso techo.

Marta me cuenta que terminó su estancia agotada: lo único que le pide al cielo es morir de un infarto en su propia casa, sin tener que disfrutar de las comodidades de la salud pública cubana.

domingo, 20 de junio de 2010

Día de los Padres



La primera vez que escuché hablar de las Damas de Blanco fue un Día de los Padres. El Ciro y Claudio Fuentes hacían un documental sobre la oposición cubana, como contraparte a tres días de telenovela de ficción a propósito de la disidencia, que habían estado pasando en la Mesa Redonda.

Nunca voy a olvidar el contraste entre las entrevistas del documental y las imágenes manipuladas de la televisión cubana. Un amigo mío siempre dice que la sensatez es lo que permite no creer aquello que sólo una de las partes narra, y yo le respondo: Justamente, vivo en un país insensato. A pesar de saber que la prensa oficial miente, cuando por primera vez confirmé mi instinto, la delicia fue inefable: tuve la prueba.

El sábado, un día antes del Día de los Padres, he ido a saludar a las Damas, es a ellas a quien debo mi felicitación la más profunda. Durante las veinticuatro horas de festejos ellas serán las voces de los padres que no podrán jugar con sus hijos, y sus vestidos blancos recordarán que tras las rejas del paraíso socialista hay hombres justos. Pablo Pacheco no podrá jugar con su hijo Jimmy. Sin embargo, no estará solo: en una Iglesia de la capital un grupo de mujeres rezará para que el año que viene puedan estar juntos.

viernes, 18 de junio de 2010

Los perros

Foto: Claudio Fuentes Madan

Sólo una vez en mi vida me he desmayado: caminaba por la avenida 23 y vi un carro arrollar a un perro. El chofer y su acompañante se bajaron, agarraron al animal por las patas y lo lanzaron, agonizando, en un latón de basura a un metro de mí. La última imagen que me llevé antes de caer: el perro agitado, sangrando entre los desperdicios mientras mis oídos captaban el chirrido de las gomas del moscovich alejándose a toda velocidad. Cuando desperté estaba en mi cama: la amiga que me acompañaba se las arregló para montarme en un taxi y dejarme sana y salva, aunque no despierta, en la puerta de mi casa.

Quizás ese instante haya marcado mi obsesión con los perros callejeros: me parten el alma, me da impotencia no poderlos recoger a todos, tiemblo al verles cruzar las calles. El otro día un amigo mío –ultra pesimista en lo que respecta el futuro de este país- se burlaba de mi aprehensión por los animales; sin embargo es mucha la indolencia que este pueblo carga sobre sus hombros y los perros han sido víctimas directas del fenómeno de la apatía nacional: sarnosos, heridos, extra flacos y mugrientos forman parte del paisaje cotidiano de mi ciudad, como los árboles y los pajaritos.

Lo terrible de su situación sólo se ve superado por sus compatriotas del mundo animal, vecinos del zoológico de 26: además de flacos, mugrientos y medio enfermos, viven en jaulas muy pequeñas para sus tamaños (el techo de cerca que tienen por cielo los halcones y águilas es realmente descorazonador) y a veces están solos, da la impresión de que están ahí sólo para que nos eduquemos en los fundamentos del maltrato animal.

martes, 15 de junio de 2010

Mi pobre cabeza

Foto: Claudio Fuentes Madan

Una amiga me envía un correo muy preocupada por mi integridad física, desde España le llegó una lista de setenta y cuatro traidores a la patria entre los que me encuentro. Resulta que he firmado una carta, junto a otros representantes de la sociedad civil, pidiendo la flexibilización de las facilidades para vender alimentos y la liberación de los viajes de ciudadanos norteamericanos a Cuba.

La polémica me fascina, justo en Cuba tengo otra amiga blogger que me llamó enseguida para decirme que en su opinión había que apretar la tuerca hasta que no hubiese ni agua para tomar, porque sólo así se caería la dictadura: ni a mí se me ocurrió decirle “fascista”, ni ella a mí “asesina castrista”. Como es elemental terminamos nuestro diálogo con total armonía: ella me transmitió algunas interrogantes y yo le dejé otras dudas.

No sería la primera vez que en mi pequeña isla no tendríamos nada que comer, ya lo vivimos -para nada relacionado con la política exterior de Estados Unidos- después de la Perestroika y la Glasnost, que mandaron setenta años de comunismo de cabeza al infierno. No creo que la democracia sea exportable, ni el hambre un detonador de la conciencia social. Siempre me he preguntado a cuántas horas estuvimos el 5 de agosto de 1994 de una “Matanza de Malecón” al estilo de la de Tiananmen. ¿Acaso alguien hoy especula que China sea un país democrático?

Desde que tengo uso de razón la política de la guerra fría sólo ha servido para que el Ministro de Relaciones Exteriores de turno repita un mantra infinito en cuanta cumbre hay por el mundo “bloqueo, bloqueo, bloqueo”, pero las cuentas privadas de los dueños del país siguen “creciendo, creciendo, creciendo”. Mientras, la izquierda Europea y Latinoamericana aplaude como si unas restricciones económicas pudieran justificar la dictadura más larga de occidente.

Esa es mi opinión: puede estar errada, puede ser correcta. Quizás sea ingenuo pensar que estas flexibilizaciones promoverían la democratización de Cuba, sin embargo, lo contrario termina por ser -cuando se le mira fríamente- igualmente naif. Agradezco a todos los que han mantenido viva esta polémica en la red sobre bases civilizadas y objetivas, especialmente Ernesto Hernández Busto en Penúltimos Días me ha hecho sentir que la Cuba armónica y divergente no está demasiado lejos, esa -como dice Reinaldo Escobar- donde “la discrepancia política esté despenalizada”.

A los que piden mi cabeza, sólo una observación: me parece que van a tener que disputársela con los muchachos del DSE, ellos la están solicitando desde antes.

domingo, 13 de junio de 2010

La lluvia de junio

Foto: Silvia C.

Después de varios días desesperando en la isla-sauna, hoy el cielo ennegreció, los relámpagos alumbraron las zonas más oscuras de la ciudad y cayeron, al fin, las gotonas de esta atrasada lluvia que desde mayo esperamos.

Incluso cuando niña me gustaba mucho “ver llover”. Mi madre me decía que cada gota, al caer al suelo, era como una bailarina haciendo pirúes. Quizás fue esa metáfora de la que convirtió para mí la lluvia en algo casi místico: me limpia, me da paz, me hace pensar en aquellas cosas que el día a día bajo el sol no me deja percibir.

Cuando llega julio tengo tanto calor que el cerebro se me “entufa” como si fuera el disco duro de una computadora, y si se va la luz –acto sádico o casualidad nefasta, la termoeléctrica “Guiteras”, como cada verano, acaba de entrar en fase de mantenimiento, aumentando los apagones– y los ventiladores se apagan, sólo el olor que anuncia el aguacero es capaz de devolverme el sosiego.

viernes, 11 de junio de 2010

La Permuta

Foto: Orlando Luis Pardo Lazo

Se me escurre el optimismo sin haber podido disfrutar –para mi pesar- un rato de esa sensación que tantos nombres tiene, pero que sólo un verbo define: creer. Una vez más esa otra Claudia –la escéptica– le reprocha a la ingenua: te advertí que la acción era “dudar”. Cuando Pablo Pacheco me llamó emocionado por las conversaciones iniciadas entre la Iglesia Católica y el gobierno cubano le dije: No me hago ilusiones, pero me alegra que tú, desde la cárcel y condenado a veinte años por escribir tu opinión, no pierdas la fe.

Unos días más tarde comenzó un traslado de prisioneros políticos que yo he decidido bautizar como “La Permuta”. ¡Siempre tan incrédula! –me reprimí– dale un margen de tiempo, a lo mejor liberan a alguien antes de que a Fariñas el espíritu se le libere del cuerpo. ¡Cuánta ingenuidad la mía y cuánto cinismo el de mi gobierno!

Cuando me enteré –luego del estira y encoge típico del Ministerio de Relaciones Exteriores– que el Sr. Manfred Nowak, Relator Especial del Consejo de Derechos Humanos sobre la Tortura, no vendría a Cuba, lo tuve todo claro: estamos en presencia de la Permuta, al que le guste bien, y al que no, que se pudra en la cárcel. Incluso me pongo paranoica y me pregunto si las dos decisiones (diálogo Cardenal-General y negativa de entrada al relator) pudiesen haber surgido al mismo tiempo en una sola mente. ¿No se trataba, al inicio, de liberar a los periodistas y disidentes enfermos? ¿En qué momento “cambiar de provincia” ocupó el escalón de “liberación”? ¿Es tortura encarcelar a un hombre por sus ideas? ¿Y cambiarlo de cárcel, qué es?

Me encantaría que mañana alguien me mostrara las evidencias de mi equívoco, que mis amigos me sermonearan “¡Tú siempre tan radical!”, que los detractores de Octavo Cerco invadieran el foro con comentarios al estilo de: ¡Claudia, te equivocaste! ¡Retráctate, Raúl Castro ha liberado a los enfermos! Pero no sé por qué estos traslados de prisioneros, la negativa de entrada del relator y un diálogo sin plazos ni compromisos, me recuerdan el juego “Ponerle el rabo al burro”: esa competencia donde uno trata a ciegas de clavarle la cola en su lugar a un animal pintado, guiándose por los gritos de un grupo que no se pone de acuerdo sobre el lugar que ocupa la cabeza del animal en el papel.

martes, 8 de junio de 2010

Vivir sin agua

Foto: Leandro Feal

Hay veces que eso que llaman en mi país “fatalidad geográfica” no nos toca por sólo unos metros, es mi caso: vivo en El Vedado, en una zona donde tengo agua todos los días. A pesar de la sentencia filosófica “el hombre piensa como vive”, trato de salirme de mi húmedo entorno para constatar que a mi alrededor, otros aprenden a vivir sin agua.

Tengo una amiga que renunció hace tiempo a tener un inodoro blanco, el agua le entra cada dos días y el tanque no le alcanza para darse el lujo de descargarlo cada vez que lo usa: unas asquerosas marcas amarillas le recuerdan, cada cuarenta y ocho horas, que blanquear la loza puede convertirse en un lujo. Sin embargo no se queja, hay otros –y ella lo sabe– que están peor: A Leo le llega la pipa, allá en Centro Habana, una vez a la semana. Como tiene la casa declarada “inhabitable”, no puede poner su tanque en la azotea pues corre el riesgo de ver un día el techo caer sobre su cabeza. Fuera de la capital es peor, puede pasar una semana sin que una gota de agua salga por esa pila medio rota que no vale la pena ni arreglar.

Todas estas penurias sólo pueden ser resueltas –¿Quién sueña todavía que le respondan aquella carta que una vez envió al Comité Central detallando su penuria?– en el mercado negro: piperos armados de un camión, mangueras y mucha agua llenan, por algunos cientos de pesos, las cisternas resecas y apaciguan la necesidad de refrescar que los calores de este junio sin lluvia provocan. Como no todos los vecinos pueden pagarse la pipa ilegal, siempre hay quien llama a la policía para dar el chivatazo y denunciar el delito de “comprar agua en el mercado negro”. A mí no hay quien me convenza de lo contrario, en español eso se llama envidia y es una de las características primigenias del hombre nuevo: la miseria humana.

Esta ponzoña hacia el bienestar del prójimo tiene, sin embargo, extraños resultados: hace unos días un amigo me contaba cómo lo habían cogido in fraganti llenando sus tanques, pues un vecino llamó a la policía y denunció al pipero. Mi amigo se quedó sin agua, el vendedor salió con una multa de mil quinientos pesos y el vecino –esta es la parte absolutamente incompresible para mí– también se quedó sin agua, pues el Estado ya no puede agradecerle a cada delator con una prebenda. ¿Por qué ese vecino no denuncia con la misma perseverancia los despilfarros de agua por tuberías rotas y tanques desbordados que pululan por la ciudad? Por ejemplo, el tanque de la empresa eléctrica de al lado de mi edificio, de tanto que se bota me hace imaginar que tengo una fuente en el fondo del apartamento. Por desgracia sé por qué lo hace: su “combatividad” ante lo mal hecho no sube los escalones de lo oficial por cobardía, porque el tanque del Estado tiene impunidad para despilfarrar agua mientras que su vecino no tiene derecho a disfrutar de una ducha, y eso de ver hundirse “al de abajo” se ha vuelto, desgraciadamente, un deporte nacional.

domingo, 6 de junio de 2010

El enemigo

Foto: Claudio Fuentes Madan

Aún recuerdo, aunque era muy niña, las latas de conserva y los jabones que mi madre guardaba en un cesto de metal ruso, con el objetivo de prepararnos ante la intervención militar norteamericana. Se llamaba “estado de Alerta Roja”, si mi memoria no me falla, y a veces había ensayos sobre cómo protegerse en los que yo no participaba, por suerte. Según mi padre tendríamos que escondernos –mi madre y yo- en los sótanos de los edificios, y allí esperar a que terminara la guerra.

La imagen era aterradora, empeorada porque con cinco años yo no entendía bien la diferencia entre “eterno ensayo de preparación para la defensa” y “enfrentamiento armado inminente”. Creía -de hecho creí durante muchos años- que un día me tendría que esconder de unos militares estadounidenses que con ametralladoras tratarían de matarme.

Varias veces me despedí con lágrimas en los ojos de mis juguetes y me leí, a los ocho años más o menos, el diario de Ana Frank, para que el ejemplo de esa niña valiente me diera fuerzas cuando me tocara a mí sobrevivir en lo oscuro.

En la secundaria descubrí la mentira, me sentí tan vejada que nunca le dije nada a nadie. ¿Cómo habían podido aterrorizarnos de esa manera por gusto? En buen cubano hay una frase para ello: nos cogieron pa’eso, a mí y a toda mi familia, aun en pleno período especial mi madre sufría cuando tenía que abrir alguna de aquellas latas soviéticas que nos salvarían de la inanición bajo las bombas.

Lo peor es que no ha evolucionado demasiado la arenga oficial: todavía existen las estúpidas clases de PMI (Preparación Militar Integral) en el preuniversitario, antes de dieciséis años los adolescentes son capaces de arrastrarse por tierra “a lo soldado de tropas especiales” hasta una trinchera y disparar una escopeta, además, saben de memoria lo que hay que hacer cuando estemos en la descabellada “Alerta Roja”. Sin embargo algo cambió en nosotros (los adultos) y también en ellos: mi madre ya no guarda latas (excepto para los ciclones), mis amigos no temen salir corriendo con sus hijos para un sótano a protegerse de las balas, el profesor de PMI ya no es tan exigente (sabe que nunca estaremos tras una trinchera real) y los niños pequeños en las primarias no temen un día ser Ana Frank.

jueves, 3 de junio de 2010

¿Y ahora qué falta?

Foto: Claudio Fuentes Madan

Todos los meses me encuentro agobiada por la ausencia random de productos de primera necesidad, puede ser aceite, champú, detergente, leche, huevos o toallas sanitarias. Cada vez que se acerca el final de cada mes me invade la pregunta: ¿A quién le toca perderse ahora?, como si mi canasta básica tuviese libre albedrío y jugara conmigo a “estar en falta”. A veces no puedo lavar, otras es agónico limpiar, mi sartén se aburre en el abandono o mi cazuela de frijoles se deprime sin su inseparable compañera de arroz.

Trato de buscar el momento en el que todo esto empezó y me sorprendo al descubrir que desde que era una niña pequeña la economía juega a los escondidos conmigo. Aún recuerdo con claridad las cosas por las que mi madre suspiraba cuando yo sólo tenía siete años (comida, cigarros, zapatos para mí), aquéllas otras que poblaron mis anhelos de adolescente (chocolate, carne, un par de zapatos, jabón) y llego a mi adultez para comprobar que siguen exasperando con su persistente retirada mi convivencia.

Me pregunto, como el resto de los cubanos, hasta cuándo un pomo de salfumán para limpiar el baño será tan protagónico en mi vida. ¿Será que cuando tenga ochenta años evocaré con nostalgia todavía un rollo de papel sanitario?

martes, 1 de junio de 2010

Un beso ilegal

Este video anda “misteriosamente” rodando por la Habana. Sin más preámbulo, les dejo un ejemplo del uso y abuso que hace la Policía Nacional Revolucionaria de sus funciones.